jueves, 7 de junio de 2007

Algunas muertes en Romance sonámbulo


Quizá mi primera aproximación a la muerte fue el Romance sonámbulo de García Lorca. Mi madre solía leerlo para mi hermano y para mí por las noches, antes de dormir. Los dos lo conocíamos de memoria y causó -y sigue causándonos- escalofríos. Hasta la fecha, por el chat o por teléfono seguimos diciéndonos cosas como: Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa o Trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca y claro, Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas, y compartiendo sensaciones sobre el poema.

En lo personal la imagen que me encanta es la de: Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata, que al tiempo que es una imagen fuerte, fría y tétrica, es profundamente dulce, que remata y lo mata a uno cuando dice: las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas, ella ya no existe, sólo es, sólo está soñando en la mar amarga.

También cuando nos aproxima al momento de la muerte con la súplica del mocito: Compadre, quiero cambiar mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo por su manta. Casi, casi podría decirse que sobra el: Compadre, vengo sangrando desde los puertos de Cabra, pero es demasiado hermoso.
Agonía, temor, ante la certeza de la muerte que llegará pronto, que es confirmada por el compadre: Trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca. Tu sangre rezuma y huele alrededor de tu faja. Pero el compadre también está muerto, en otra forma, pero también ha dejado de existir: Pero yo ya no soy yo. Ni mi casa es ya mi casa. El mozo se aferra, quiere volver atrás, volver a la vida:
Dejadme subir al menos hasta las altas barandas, pero la muerte es inevitable, lo anuncia el viento: Mil panderos de cristal, herían la madrugada.

Finalmente, la ilusión de la vida: ¡Compadre! ¿Dónde está, dime? ¿Dónde está tu niña amarga?, el destino: ¡Cuántas veces te esperó! ¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda!, el trágico destino: Guardias civiles borrachos en la puerta golpeaban, la muerte: Sobre el rostro del aljibe, se mecía la gitana. Verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata, y la inevitable soledad, el silencio, la tranquilidad: El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña.


Romance sonámbulo

Federico García Lorca

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.

El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.

Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando
desde los puertos de Cabra.

Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.

Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No veis la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?

Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa es ya mi casa.

Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡Dejadme subir!, dejadme
hasta las altas barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.

Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.

¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?

¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!

Sobre el rostro del aljibe,
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.


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